Aunque a veces nos atribuyamos al mundo moderno muchas situaciones o cosas novedosa, la verdad, la verdad, es que casi todo ya esta inventado… y desde hace bastante tiempo.
Hace un par de semanas estuvimos en Yucatán, Mexico. Uno de los días cruzamos desde Playa del Carmen en el ferry a la isla de Cozumel, muy conocida sobre todo por los estadounidenses por ser uno de los puertos emblemáticos donde desembarcan los grandes cruceros más significativos del Caribe. Realmente la isla es una cucada, pero los que llegan a ella a través de estos enormes barcos, poco llegan a enterarse de lo que tiene que ofrecer, ya que el poco tiempo que les dejan, lo dedican a ir de tiendas por la zona comercial y poco más.
Pero Cozumel, tiene mucho más que eso… Después de hacer dos espectaculares inmersiones por la mañana en la parte este de la isla, a pesar de las olas y el viento que amenazaban con chafarnos el día, nos esperaba una sorpresa. Una actividad bastante desconocida, pero que realmente nos caló hondo… Os cuento!
Tras un almuerzo rápido, nos subimos en un todo terreno y salimos de la zona poblada de la isla. Cada vez se veían menos casas, menos y menos. Carretera y carretera, el mar más abajo y más lejos. Hasta que nos metimos por una carretera más estrecha, menos asfaltada y ya no se veía más que verde, verde y más verde. Llegado un punto, pasamos al “camino de cabras”, velocidad mínima, baches máximos, prácticamente el camino se intuía más que tenerlo claro, pasando entre ramas, piedras, zona boscosa, cada vez mas cerrada. A todo esto el cierlo iba pasando del azul intenso caribeño al gris oscuro que amenaza tormenta tropical. “Hemos llegado” nos dice contento el conductor, ¡¡corred a la cabaña!! Lo de correr no era por otra cosa que porque había empezado a caer agua del cielo como si se fuera a acabar el mundo… los que habéis vivido estas tormentas caribeñas sabéis de lo que hablo. En unos momentos escampará y parece que no ha pasado nada, pero mientras, es como un avance del fin del mundo y de las inundaciones de los tiempos de Noé. Corremos hasta la cabaña. Increíble que cuatro maderas y una palapa (las hojas de palmeras) sin más, puedan detener el paso de esos torrentes de agua que caen con una fuerza tremenda… Pero si, no entra ni gota. Y en la penumbra, con el ruido de la fuerte lluvia de fondo, nos van contando el sentido y el desarrollo del Temascal.
Comenzaremos (cuando la lluvia nos de tregua) por una caminata por la selva. En silencio. Para tomar contacto con la naturaleza, poder sentir los sonidos, los olores, los colores… Todo con un entorno de musica de instrumentos totalmente artesanos, principalmente las caracolas que usaban los antiguos Mayas. Cuando llegamos al punto final, ya está todo preparado. El fuego con unas grandes llamas, dentro de una especie de horno gigante, los “maestros de la ceremonia”, los asistentes y ayudantes a la nueva experiencia que nos espera…
Todo esto en mitad de la selva, en un sitio donde no hay nada más que naturaleza, naturaleza y más naturaleza….
Continuará 🙂